Fuente. Dimensiones de la responsabilidad profesional. Editorial Universitaria. Santiago. 1998.
Las pretensiones que me mueven a esta meditación son, en primer lugar, reflexionar sobre el presente y sus características y, en segundo lugar, analizar la actitud histórica con la cual se configura la acción en el presente. Y, todavía como introducción, quiero detenerme un momento en el título mismo de esta meditación: "Presente, tiempo de la acción". Pareciera que con este título, estoy propiciando el cumplimiento de algo que se oye muy a menudo y que se podría sintetizar en lo siguiente: "Basta de palabras"; "Ya está bueno de hablar, ahora hay que actuar"; "Está bueno que, de una vez por todas, nos demos cuenta que corresponde actuar; este es el momento de la acción". Pues bien, a lo que quiero llegar, a lo largo de esta meditación, es a descubrir la falacia inmensa que, a veces, se esconde detrás de este: "basta de palabras; hay que actuar".
Comenzaré, pues, estudiando algunas características del presente; y me remito para esto a la experiencia que todos tenemos, es decir, a pensar cómo sentimos el presente. Tal vez una de las dimensiones con que se nos presenta el presente es esta sensación de impacto tremendo, a veces con aspecto catastrófico, de un tiempo que se nos viene encima. Es corriente también que oigamos decir que "la Historia nos toma la delantera"; que quedamos casi aplastados por el curso vertiginoso que tiene el presente en nuestro tiempo. Acostumbro usar una imagen para describir esta impresión impetuosa del presente: Se trata de la rompiente histórica; Nosotros estamos justamente en la rompiente de la historia. Formamos parte de esta gran ola que se viene y se nos viene encima y que está permanentemente rompiendo. Si pensamos en la situación del bañista que se encuentra ante la rompiente, vemos que hay tres actitudes posibles que, por cierto, encuentran su correspondencia en la actitud histórica. Una es "hacerle el quite", actitud que corresponde a aquella persona que intenta marginarse del curso de la historia, que quiere dejar que los acontecimientos sigan su curso y él ser su espectador o bien, negarse ante ellos para, y por no querer verlos; "hacerle el quite a la historia" y sus problemas es una actitud por demás engañosa, porque no podemos marginarnos de la historia sin claudicar de nuestra condición de persona.
Otra posibilidad es caer arrastrado por la historia, como la persona que no sabe enfrentarse con la ola y, recibiendo su gran impacto, es arrastrado hasta quedar exánime en la playa, o bien, ser devorado por la misma ola y desaparecer para siempre en las profundidades inconmensurables del mar de la historia. A este hombre, la historia lo ha arrastrado; de ningún modo, podríamos decir que es consciente de este acontecimiento que es ser llevado por la ola; no, más bien el golpe lo ha hecho perder su conciencia; está inconsciente, e inconsciente es arrastrado por la ola para acá y para allá.
Queda todavía una tercera posibilidad, y es la de la persona que sabe enfrentarse diestramente con la ola; que no "le hace el quite", que acepta el reto y el riesgo que ello implica; que tampoco es arrastrado ni sumergido por ella, sino que enfrentándola la supera y, al superarla, sale arriba; está en la rompiente, pero ha salido arriba; Este Salir arriba, cuando estamos en el tiempo, significa precisamente enseñorearse en el tiempo, es decir, poner su perspectiva sobre el curso de los acontecimientos, tal como lo hace la persona que, después de la zambullida, ha sido capaz de sacar la cabeza a la superficie y dominar el embate de la ola.
Pero a esta primera imagen del presente como rompiente histórica, también se puede añadir otra que es la magnitud de complejo inextricable, de embrollo con que se nos presente el presente. ¿Quién podría en este momento, con diafanidad, hacer un análisis certero de todas las implicaciones que tiene cualquier acontecimiento del presente? Son tantas las fuerzas históricas que aquí y ahora están comprometidas; son tantos los antecedentes que sería necesario encontrar para conseguir la ansiada explicación; el área del pasado que está comprometida con cada presente es tan inmensa que uno queda perplejo ante esta situación, no sólo de complejidad, sino más aún -yo diría- de confusión con que se presenta el presente. ¿Quién puede dar un diagnóstico certero de cualquier hecho histórico presente o pasado? Hay que hacerse también parte de esta dimensión del presente: de su confusión, su complejidad, su embrollo; de las múltiples líneas de fuerza histórica que, habiendo construido este presente, le dan este rasgo tan peculiar
Pero, así como frente a la ola había actitudes posibles, también frente a esta dimensión del presente se pueden proponer otras. El curso de la historia, este proceso que va definiendo los acontecimientos, llega a un momento en que tiene un natural o imprevisto desenlace. Ahora bien, el desenlace de una situación histórica significa que lo que antes estaba enlazado, es decir, complicado, confuso, ha resultado en una mayor claridad; se ha hecho patente una situación que, con respecto a la anterior situación confusa, significa haber puesto algo de luz. Pues bien, nosotros estamos permanentemente en esta actitud de poner desenlaces a la historia, de aclarar la historia; no otra cosa queremos decir cuando expresamos que una brillante inteligencia ilumina, alumbra la historia.
Una manera aún más precisa para referirse a esta misma situación, la podemos obtener cuando pensamos que el pasado tiene las características de una gran madeja, de una madeja de la cual necesitamos sacar una hebra, con la cual-también muchas veces se dice- “bordamos la trama de nuestra propia historia". Este "bordar la trama de nuestra propia historia" es disponer de una hebra que uno ha sacado del pasado y que es la que nos da la posibilidad de participar en la historia, pero para sacar esta hebra del pasado, para desenvolver la madeja, es necesario resolver el problema; es por eso que, así como frente a la rompiente ponía como actitud positiva la superación de esa impresión caótica, que proviene del presente cuando se avalancha sobre uno, así, frente a esta segunda dimensión de la complejidad del presente, propongo como actitud positiva el resolver. Siempre está uno resolviendo situaciones, es decir, tratando de aclarar las situaciones contusas que presenta el presente en toda su complejidad. Y esto es válido para cualquier momento histórico; habrá momentos en que la complejidad o la magnitud de la rompiente sea mayor o menor, pero nunca nos encontramos con un presente que no participe de estas características, y es por eso que consecuentemente la actitud de superación o la actitud de resolución es siempre no solamente válida, sino también necesaria para enfrentar el presente.
Hasta este momento, las características enunciadas del presente y las actitudes correspondientes1 significan más bien una relación de pasado presente. Pero cualquiera se da cuenta que el presente y lo que en él acontece no es solamente algo que esté relacionado con el pasado; el futuro también cuenta, y muchísimo, en un análisis del presente.
Quiero poner algunos ejemplos en esta presentación teórica que nos sirvan para subrayar las características ya señaladas o el tipo de relación que se establece entre el presente y el futuro, junto con la correspondiente actitud que cabe cuando se pondera al presente también en esta perspectiva.
Uno de los más convincentes para ver lo que significa la actitud histórica frente a un presente captado en sus verdaderas proporciones, lo podemos aprobar en el proceso seguido por el movimiento monástico en Europa, a partir del siglo v. La decadencia del Mundo Antiguo y las invasiones de los bárbaros dan a la historia de ese momento, las características propias de un presente enfrentado a una inmensa rompiente; de estas características, la historiografía romántica -pienso en Herder- ha hecho caudal al referirse a “el alud bárbaro; los diques que se rompieron; la marejada bárbara que inundó Europa". Obsérvese la terminología usada para describir las características de aquel presente1 cuya complejidad, por otra parte, no era menos pues eran tantas las tuerzas que estaban allí comprometidas, aparentemente vigorosas, pero ya trizadas eternamente, fuerzas aparentemente débiles, pero llamadas a un gran porvenir. Pues bien, en esta situación, frente a tamaña complejidad, hay algunas personas que son capaces de ver el problema en su verdadera dimensión y al mismo tiempo son capaces de encontrar una solución; adoptan entonces una postura el presente que, para sus contemporáneos resulta incomprensible, y un rasgo que vale la pena tomar la cuenta, ya que muchas veces la verdadera, la auténtica actitud histórica, juzgada por los contemporáneos, como incomprensible, porque no es para todos posible verdaderas dimensiones del presente.
El presente, muchas veces, pesa y se impone con dimensiones falsas, engañosas, y llega a seducimos con sus apariencias, y por eso, podemos decir que, para algunos, el presente es un tiempo de apariencias. Muchas veces la acción queda enredada en las apariencias del presente y de allí que no se realice propiamente una acción histórica porque no se alcanza a son las verdaderas dimensiones de tal presente.
Otro ejemplo que nos permitirá adelantar en esta reflexión presente, lo he escogido del campo de la leyenda y del mundo del porque tanto una como otro proporcionan una dimensión universal del hombre y su problemática y, por consiguiente, de su actitud, que interesa para calibrar su acción en su más justa y acertada perspectiva
Se cuenta que Alejandro Magno, cuando inició la conquista del Asia llegó a la ciudad de Gordión, donde había un nudo inextricable y cual corría la leyenda que quien fuese capaz de desatarlo seria Asia; muchos -se decía- habían intentado hacerlo y ninguno, momento, había podido. Alejandro también quiso probar; más probarse él mismo frente a este nudo y comenzó a tratar de resolverlo, y no pudo; podría haber renunciado a lo que significaba desatar el nudo, pero siguió adelante y como sabemos lo cortó; pues bien este cortar el nudo significó hacerlo señor del Asia, dueño del mundo es decir de algo que se iba a cumplir en un tiempo posterior; era el anuncio de lo que iba a venir , pero un anuncio buscado, querido, logrado por él mismo ;esto es lo que en la actitud de presente se expresa por la decisión
Justamente la raíz de decisión está en cortar; hay momentos en la historia en que resolver, diríamos que el tiempo no da tiempo para preocuparse de buscar tranquilamente la hebra, y pacientemente hacer todo aquel trabajo de desembrollar el embrollo. En tales casos, se dice, a veces, "hay que cortar por lo sano"; pues bien, este "cortar por lo san”', significa tomar una decisión.
Cuando uno toma una decisión está dando un corte importante, muchas veces doloroso, de aquí la tensión y dimensión trágica, y el contenido profundo que se encierra en la vida hecha de momentos cruciales lo que no es algo extraordinario sino el modo ordinario de la existencia histórica en su más auténtica realidad cotidiana.
Pero tomar una decisión significa también conquistar, de algún modo el futuro; porque al tomarla en este momento, ahora, un tiempo por venir de esta manera, es haciendo del futuro o su porvenir; no es más el futuro de la tierra de nadie, un campo desierto, la nada; el futuro, con la decisión, pasa a ser un campo conquistado, un campo en el cual uno pone, gradas fundamentalmente al proyecto, una dimensión personal; y así como Alejandro se apoderó de Asia antes de conquistarla, de tal manera que la conquista aparece entonces sólo como la materialización posterior de algo que ya había sido logrado en el presente, igualmente acontece cuando uno toma una decisión: hace del tiempo algo
¡Qué diferente es, pues, la decisión a otras maneras de enfrentarse con el "futuro! A otras maneras de establecer esta relación de presente- futuro, como cuando se habla de una acción precipitada; hay gente que actúa precipitadamente, es decir, que por delante, en su futuro sólo ve un precipicio y este precipicio es la nada; es la gente cuya dimensión de futuro culmina o se proyecta en la nada, y es por eso que su acción, su historia, es una historia hecha "a tontas y a locas", es decir, precipitadamente.
En este momento, podríamos preguntarnos: ¿Quiere decir esto que la actitud histórica, dado que la actitud histórica es esta presencia que corresponde al momento presente, es un ser entre un pasado y un futuro, un pasado que puedo cotizar como recuerdo y un futuro que puedo valorizar como esperanza? ¿Es ese nuestro contenido histórico: Ser entre el recuerdo y la esperanza? Pero, ¿y dónde queda la acción? Es por eso que, en estas relaciones temporales debemos encontrar algunas características propias también de la acción histórica, que no sean tan inefables como esta relación: recuerdo y esperanza. Veo la historia como un proceso queda testimonio de resoluciones y decisiones, de tal manera que, donde encontremos constancia de resoluciones o decisiones podemos asegurar que está la historia. Pero es evidente que detrás y otras está el hombre, un hombre capaz de tomar resoluciones y de actuar de acuerdo con sus decisiones; Un hombre bien personalizado, sujeto y es por eso que quiero considerar ahora la acción en esta relación directa con el hombre, como sujeto de la historia, y ver otros tipos que se dan, y que se suponen acciones históricas, pero que si las analizamos nos daremos cuenta que, en ellas, no podemos encontrar esta preponderancia de las resoluciones y las decisiones y que, por lo tanto, de podemos predicar una actitud histórica propiamente tal. Pensemos por ejemplo, en acciones que corresponden al campo de la que pueden ser mecánicamente explicadas; cuya explicación podemos encontrarla en el campo de la biología, de la sociología, de la Economía,... etc.; Estas acciones, a veces, cobran gran importancia dentro del curso de la historia, pero tendríamos que preguntamos ¿son ellas fundamental mente historia? En cuanto se remiten a otra explicación que no sea la de las resoluciones o decisiones, afirmó categóricamente que no constituyen la historia.Tomemos el caso de la bola de nieve; la bola de nieve parte, va creciendo, en que si le tomamos una instantánea, evidentemente tiene ciertas características que le asemejan al presente; es una gran avalancha que se viene encima; dentro de ella, hay una gran complejidad, desde la complejidad molecular hasta todo lo que trae comprometido en su curso vertiginoso. Podríamos pensar que, a veces, la presenta también así, como una bola de nieve, sujeta a una inapelable y que, por lo tanto, podemos explicar, recurriendo a esa legalidad, cómo aconteció que esta bola de nieve comenzó a n tomando la magnitud con que ahora la encontramos. Y, en cuanto le conviene ese tipo de explicación no hay allí historia; su curso era inevitable sin ninguna novedad, fuera de las que podían también haber sido previstas Pero una auténtica, originaria, espontánea, personal novedad, que dudo de decisiones repentinas, que a veces hay que tomar, o de resoluciones tranquilas y meditadas, que a veces se pueden tomar, nada podrá encontrar en estos acontecimientos mal llamados históricos pueden explicarse recurriendo a una legalidad ajena al campo de la historia. Este ejemplo trasladado al campo de la historia, permite preguntar ¿Toda acción, o el acumular acción a la acción, es de suyo histórica? ¿Podríamos encontrar sentido a la acción que sólo se acumula a la acción? Evidentemente que no reside allí el sentido de la historia, aun cuando adquiera aparentemente un volumen descomunal, como el que de nieve un momento antes de detenerse y deshacerse. En cambio, muchas veces, nos damos cuenta que la acción puede ser mero actuar por presencia, es decir, una acción donde no donde hay sólo presencia, o bien una acción que puede ser aún la de la acción y esa no-acción tiene más importancia en la historia engañosa acción de gran volumen que puede ser pura apariencia como hemos dicho nos movemos en un mundo lleno de apariencias de acciones que no están enraizadas en la historia, que no tienen ningún compromiso con el pasado ni con el futuro, que se agotan presente, de acciones que no tienen sentido dentro de la historia de toda dimensión y, por lo tanto, de contenido histórico. Por el contrario veces la no-acción, pero una no-acción resuelta y tomada como comprometa totalmente a la persona, tiene mucho más sentido ejemplo lo tenemos en la actitud de no violencia del Mahatma Gandhi violencia es una no-acción frente a la acción; Frente a la acción, te llamada a vencer, del poderío inglés en la India, se decide no actuar y la no-acción gana la historia frente a una acción que pierde a su historia. Es por eso que -se ha dicho con razón- todo movimiento antes que nada un movimiento del alma, y se podría concluir que en el plano de las realizaciones históricas, toda victoria o toda derrota ganado o se ha perdido en el campo de la propia interioridad, de la propia alma; antes de dar la batalla, somos ya vencedores o perdedores. El resorte fundamental de la historia está, pues, en las decisiones que tomemos, y estas decisiones pueden ser alcance y expresarse en acciones aparentemente desprovistas de toda efectividad y brillo, y revestidas, en cambio, de benedictina humildad y de franciscana pequeñez, que, cómo anotaba, los contemporáneos no alcancen a percibir la realidad que hay en ellas; como en el caso del monje, cuya decisión va a alcanzar el nivel de realidad histórica plena sólo siglos después, pero ellos ya habrían conquistado la historia, habían hecho de Europa lo que iba a ser, en el momento en que tomaron su decisión, en el momento en que calibraron lo que era su presencia en el mundo; es decir, con su actitud de presente, siglos antes, en el siglo v y v[, estaban haciendo la Europa de los siglos XI y XII. Se ha dicho que esta manera de entender la acción se remite exclusivamente al hombre, entendido como sujeto de la historia, y, en cuya alma, en cuya interioridad se está resolviendo el curso de la historia. Todos, en cuanto somos conscientes de nuestra dignidad, decidimos la historia; nos corresponde a cada uno una personal responsabilidad; y sabemos que responsabilidad significa dar respuesta; tenemos que dar permanentemente respuesta, ésta es nuestra actitud histórica, es esto lo que nos exige nuestro presente; en esto reside nuestra actitud histórica, en dar respuestas. Responsabilidad nos indica también cómo tiene que ser esta respuesta; tiene que ser una respuesta comprometida; el sentido de respuesta está a su vez ligado estrechamente con el sentido de compromiso; no puede ser una respuesta de cualquier manera, sino una respuesta en la cual nos jugamos íntegramente; sólo cuando seamos capaces de dar este tipo de respuestas, actuamos históricamente Responsabilidad personal, esto es actitud histórica; he aquí el factor fundamental y principalísimo de la verdadera acción: de otro modo, estaremos frente a una mera acción por inercia, por tendencia o por reacción, pero no ante una acción histórica. En consecuencia, la acción que requiere este, presente ha de ser de una dimensión tal, que sea capaz de acoger el pasado en la complejidad con que informa y conforma al presente para sacar de ambos nuestra decisión, conquistando el futuro, haciendo de él nuestro porvenir, al dar una respuesta creadora, que sea expresión de un compromiso total de nuestra persona frente al reto de la historia.1963
Nota: no he querido poner notas a este trabajo porque, como lo índico al comenzar, se trata de una meditación, pero, sin duda, que muchas de las ideas aquí perfiladas las he recibido de múltiples autores que me han ayudado, cual más cual menos, a pensar sobre estos temas s. Con todo, creo un deber hacer especial mención a Zubiri,, Millán Fuelles, Dardel y Marrou o, y señalar la reciente publicación de "Tribuna de la Revista de Occidente", ¿Dónde estamos Hoy? (Madrid, 1962), donde pueden leerse los trabajos de Pieper, Heimpel ,Thiess y Heer que presentan a nivel magistral, algunos de los puntos que aquí toco.
lunes, 17 de marzo de 2008
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